León XIV: Fray Lorenzo nos enseña la alegría de vivir cada día en presencia de Dios
León XIV
Este pequeño libro se centra en la experiencia, o mejor dicho, en la práctica de la presencia de Dios, tal y como la experimentó y enseñó el fraile carmelita Lorenzo de la Resurrección, que vivió en el siglo XVII. Como ya he dicho, junto con los escritos de San Agustín y otros libros, este es uno de los textos que más han marcado mi vida espiritual y me han formado en lo que puede ser el camino para conocer y amar al Señor.
El camino que fray Lorenzo nos indica es sencillo y arduo al mismo tiempo: sencillo porque no requiere más que recordar constantemente a Dios, con pequeños actos continuos de alabanza, oración, súplica, adoración, en cada acción y en cada pensamiento, teniendo como horizonte, fuente y fin solo a Él. Ardua, porque exige un camino de purificación, de ascetismo, de renuncia y de conversión de lo más íntimo de nosotros mismos, de nuestra mente y de nuestros pensamientos, mucho más que de nuestras acciones. Es lo que ya escribía san Pablo a los fieles de Filipos: «Tened en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2,5): por lo tanto, no solo hay que uniformar con Dios las actitudes y los comportamientos, sino también nuestros sentimientos, nuestro propio sentir. En esta interioridad encontramos su presencia, la presencia amorosa y ardiente de Dios, tan «otra» y, sin embargo, tan familiar a nuestro corazón. Como escribe san Agustín, «el hombre nuevo cantará el cántico nuevo» (Discursos 34,1).
La experiencia de unión con Dios, descrita en las páginas de fray Lorenzo como una relación personal hecha de encuentros y conversaciones, de ocultamientos y sorpresas, de abandono confiado y total, recuerda las experiencias de los grandes místicos, en primer lugar Teresa de Ávila, que también había dado testimonio de esta familiaridad con el Señor hasta el punto de hablar de un «Dios de las ollas». Sin embargo, indica un camino practicable por todos, precisamente porque es sencillo y cotidiano.
Como muchos místicos, fray Lorenzo habla con gran humildad, pero también con humor, porque sabe bien que todo lo terrenal, incluso lo más grandioso y dramático, es muy pequeño ante el amor infinito del Señor. Así, puede decir irónicamente que Dios lo ha «engañado», porque él, que entró quizás un poco presuntuosamente en el monasterio para sacrificarse y expiar duramente sus pecados de juventud, encontró en cambio una vida llena de alegría.
A través del camino que fray Lorenzo nos propone, a medida que la presencia de Dios se vuelve familiar y ocupa nuestro espacio interior, crece la alegría de estar con Él, florecen las gracias y las riquezas espirituales, e incluso las tareas cotidianas se vuelven fáciles y ligeras.
Los escritos y testimonios de este converso carmelita del siglo XVII, que atravesó con fe luminosa los turbulentos acontecimientos de su siglo, sin duda menos violento que el nuestro, pueden ser de inspiración y ayuda también para la vida de nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Nos muestran que no hay circunstancia que pueda separarnos de Dios, que cada una de nuestras acciones, cada una de nuestras ocupaciones e incluso cada uno de nuestros errores adquieren un valor infinito si se viven en presencia de Dios, continuamente ofrecidos a Él.
Toda la ética cristiana puede resumirse realmente en este recordar continuamente que Dios está presente: Él está aquí. Esta memoria, que es algo más que un simple recuerdo, porque involucra nuestros sentimientos y afectos, supera todo moralismo y toda reducción del Evangelio a un mero conjunto de reglas, y nos muestra que, realmente, como Jesús nos prometió, la experiencia de la confianza en Dios Padre ya nos da el ciento por uno aquí abajo. Confiar en la presencia de Dios significa saborear un anticipo del Paraíso.
Ciudad del Vaticano, 11 de diciembre de 2025
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