Juan Pablo II, apóstol entre la tierra y el cielo
Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano
En este Año Santo de la Esperanza se cumplen 20 años de la muerte de Juan Pablo II. Su testamento espiritual se abre con palabras que se refieren a la «última llamada» del Señor: «Velen, porque no saben qué día vendrá su Señor (Mt 24, 42)». «No sé cuándo vendrá – escribió el Papa Wojtyła – pero, como todo, pongo también este momento en manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus».
Ese día, como para todos, llegó también para el hombre nacido en 1920 en Wadowice, Polonia, y ascendido al trono de Pedro el 16 de octubre de 1978. El Papa Wojtyła falleció el 2 de abril del 2005 a las 21.37 horas. Para una última despedida y un funeral, tres millones de peregrinos acudieron a Roma, unidos por un grito de: «Santo ya». Esta sentida súplica encontró su esperado epílogo el 27 de abril del 2014, Domingo de la Divina Misericordia y día de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II.
¡Abran de par en par las puertas a Cristo!
El Papa Wojtyła murió hace 20 años. Sin embargo, su apostolado, que desde el cielo sigue siendo fuente de amor para la humanidad, no se ha apagado. Si pudiera aparecer una vez más desde el Palacio Apostólico, probablemente en el Ángelus después de la oración mariana, exhortaría a los cristianos a abrir, es más, a abrir de par en par, las fronteras y las puertas de sus corazones a Jesús. Parece que sus palabras pronunciadas el 22 de octubre de 1978 para la homilía del inicio de su pontificado resuenan con absoluta consonancia, sobre todo en nuestro tiempo. En este Jubileo es una invitación a cruzar el umbral de la Puerta Santa, a abrir las puertas.
No tengan miedo de acoger a Cristo
¡Hermanos y hermanas! ¡No tengan miedo de acoger a Cristo y de aceptar su poder! ¡Ayuden al Papa y a todos los que quieran servir a Cristo y, con el poder de Cristo, servir a los hombres y a toda la humanidad! ¡No tengan miedo! ¡Abran, abran de par en par las puertas a Cristo! Abran a su poder salvador las fronteras de los Estados, de los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. No tengan miedo. Cristo sabe «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo sabe!
Tierra Santa necesita reconciliación
Estos días están marcados por profundas heridas que laceran diversas regiones de la Tierra. La de Oriente Medio sigue asolada por el horror y el drama. El discurso dirigido el 12 de febrero del 2004 por el Papa Juan Pablo II al entonces ministro de la Autoridad Palestina, Ahmad Qurei, se abre con una reflexión que interpela también hoy a toda la familia humana: «La triste situación en Tierra Santa es causa de sufrimiento para todos».
Perdón y no venganza, puentes y no muros
Nadie debe ceder a la tentación del desaliento, ni mucho menos al odio o a las represalias. Lo que Tierra Santa necesita es reconciliación: perdón y no venganza, puentes y no muros. Esto exige que todos los líderes de la región sigan, con la ayuda de la comunidad internacional, el camino del diálogo y las negociaciones que conduce a una paz duradera.
El deseo de Ucrania
Otra tierra devastada por la guerra se extiende por la parte oriental de Europa. El deseo expresado en el 2001 por el Papa Juan Pablo II durante su viaje apostólico a Ucrania, traza un camino de paz que une Oriente y Occidente y «valores diferentes pero complementarios».
Que Ucrania pueda encajar, por derecho propio, en Europa
Mi deseo es que Ucrania pueda encajar, por derecho propio, en una Europa que abarque todo el continente, desde el Atlántico hasta los Urales. Como decía al final de aquel 1989 tan importante en la historia reciente del continente, no puede haber «una Europa pacífica e irradiadora de civilización sin esta ósmosis y esta participación de valores diferentes pero complementarios», que son propios de los pueblos del Este y del Oeste (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XII/2, 1989, p. 1591).
Compromiso por la paz y el desarme
Sed artesanos y centinelas de la paz». En el pontificado de Juan Pablo II, esta exhortación ha puntuado numerosos discursos, encuentros, llamamientos, reflexiones. Y se ha cruzado con momentos de la historia marcados por tensiones y conflictos. Palabras que interceptan también este tiempo en el que los planes de rearme en Europa siguen elaborándose cada vez con más detalle. Durante su visita al «Memorial de la Paz» en Hiroshima, el 25 de febrero de 1981, el Papa Wojtyła se dirigió primero a los jefes de Estado y de Gobierno en alemán y después, en ruso, a los jóvenes:
Comprometámonos por la paz en la justicia; tomemos ahora la decisión solemne de que nunca más se tolerará la guerra ni se considerará un medio para resolver diferencias; prometamos a nuestros semejantes que trabajaremos incansablemente por el desarme y la abolición de todas las armas nucleares; sustituyamos la violencia y el odio por la confianza y la preocupación.
A los jóvenes del mundo les digo: creemos juntos un nuevo futuro de fraternidad y solidaridad; acerquémonos a nuestros hermanos y hermanas necesitados, saciemos al hambriento, demos cobijo al sin techo, liberemos al oprimido, llevemos la justicia allí donde sólo se oye la voz de las armas. Sus jóvenes corazones tienen una extraordinaria capacidad para la bondad y el amor: pónganlos al servicio de sus semejantes.
Una roca en la fe
Incluso en la fragilidad, Juan Pablo II mostró una fuerza extraordinaria. Una fuerza que proviene de la fe. El 2 de abril del 2006, en el primer aniversario de la muerte del Papa Wojtyła, se revivió aquel momento con una vigilia mariana. Al día siguiente, el Papa Benedicto XVI presidió la Misa en la Plaza de San Pedro y en su homilía recordó el «carácter íntimamente sacerdotal de toda su vida».
Una fe sin miedos ni compromisos
Pues bien, el difunto Pontífice, a quien Dios había dotado de muchos dones humanos y espirituales, pasando por el crisol de los trabajos apostólicos y de la enfermedad, parecía cada vez más una «roca» en la fe.
Quienes tuvieron la oportunidad de estar cerca de él casi pudieron tocar su fe franca y firme, que, si impresionó al círculo de sus colaboradores, no dejó de extender su benéfica influencia por toda la Iglesia durante su largo pontificado, en un crescendo que alcanzó su punto álgido en los últimos meses y días de su vida.
Una fe convencida, fuerte y auténtica, libre de miedos y compromisos, que contagió el corazón de tantas personas, gracias también a las numerosas peregrinaciones apostólicas por todo el mundo, y sobre todo gracias a ese último «viaje» que fue su agonía y muerte.
El Papa de la familia
Hay días grabados en la historia de la Iglesia. El 27 de abril de 2014, el Papa Francisco presidió la Santa Misa de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. En aquella ocasión, recordando a sus predecesores, les exhortó a vivir «lo esencial del Evangelio, es decir, el amor, la misericordia, en sencillez y fraternidad».
Colaborar con el Espíritu Santo
Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía original, la fisonomía que los santos le han dado a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos los que envían a la Iglesia hacia adelante y la hacen crecer....
En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo dijo una vez que le hubiera gustado ser recordado como el Papa de la familia.
Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna
El Papa de la familia mira desde el cielo a toda la familia humana. Desde aquí, desde la Tierra, nos parece escuchar de nuevo sus palabras durante la Misa de inicio de Pontificado: «Hoy tantas veces el hombre no sabe lo que lleva dentro de sí, en el fondo de su alma, de su corazón. Tantas veces no está seguro del sentido de su vida en esta tierra. Le invade la duda que se convierte en desesperación».
«Permitan, pues – se los ruego, se los imploro humilde y confiadamente – permitid que Cristo hable al hombre. Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna». El de San Juan Pablo II es un apostolado entre el cielo y la Tierra. Aún hoy, muchos corazones se abren al Evangelio y a las palabras de vida eterna porque su testimonio los calienta.
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