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La Introducción a la Antropología Filosófica

Se publica en italiano la traducción de la obra del filósofo alemán Paul Ludwig Landsberg Einführung in die philosophische Anthropologie.

Juan David Quiceno

Se trata de la primera traducción en absoluto de esta valiosísima obra para la historia y la reflexión antropológica, que ha permanecido por muchísimos años en el ostracismo, casi bajo la misma sospecha a la que el partido nacionalsocialista alemán la sometió en su momento, aunque por razones de otra índole. En cierta medida, la traducción pretende volver la mirada sobre un autor y una filosofía de la persona que tiene mucho que decir en el mundo contemporáneo con sus nuevos riesgos, posibilidades y fragmentaciones.

La Introducción a la Antropología Filosófica según los datos biográficos que tenemos a disposición, fue escrita entre los años 1931 y 1932. Sin embargo, debido a la presión a la que el autor estaba sometido políticamente, vio la luz recién en 1934. Landsberg se desempeñaba como privatdozent en la Universidad de Bonn en donde enseñó antropología filosófica y en la que se fue consolidando con otras publicaciones valiosas sobre San Agustín y Pascal. Allí, a cuatro años de la muerte de su padre y a tres años de la muerte de Max Scheler, quien fuese su amigo y maestro, a partir de la fecundidad y intensidad que provoca la conciencia de la muerte, redacta este texto que, con profundo respeto, propone un giro a lo que Scheler planteaba en el Die Stellung des Menschen im Kosmos (El puesto del hombre en el cosmos). El texto vendrá publicado años después cuando ya Landsberg había dejado Bonn de forma forzosa debido a su raza y a su resistencia intelectual al régimen político.

Como propone el valioso prólogo de Massimo Serretti a la reciente edición italiana, la cuestión se plantea en un momento particular de la filosofía en la Alemania del entre guerras. En esta época, se plantea la necesidad de una recuperación de lo humano. El presagio de un nuevo conflicto bélico, la intuición del ocaso de una época que fragmentó los valores de occidente y el exclusivismo metodológico de las ciencias experimentales que crecían exponencialmente, proponían la necesidad de un renovado ejercicio de conciencia, de una reflexión ya no solo sobre la cosmovisión (Weltanschauung), sino sobre la comprensión de sí mismos (Selbstauffassung).  

Dentro de los muchos autores que asumieron la cuestión antropológica durante este tiempo, existe una especie de consenso sobre la idea que la publicación de El puesto del hombre en el cosmos fue una especie de puntapié inicial a la organización sistemática de la antropología durante todo el siglo XX. En ese sentido, el texto de Landsberg se plantea aún más relevante, pues, siendo el discípulo predilecto de Scheler, con sumo respeto, se atreve con valentía y autenticidad a plantear un giro esencial a la forma de comprender lo humano y de llevarlo a cumplimiento.

Para Landsberg, Scheler no solo hacía antropología para responder a la crisis de su tiempo, sino para buscar su propio lugar en el mundo. Sin embargo, su antropología que intenta volver sobre el hombre concreto, permanece en la línea de una comprensión de lo humano por vía de su diferencia específica. Para Landsberg esto significa permanecer al interno de una antropología que divide al ser humano en partes o, mejor dicho, que lo considera en abstracto. Dado que no se puede pensar antes de lo humano, lo humano es desde el inicio y, en ese sentido, su antropología intenta asumir la “particular modalidad de ser del hombre en su totalidad” (“particolare modalità d'essere dell'uomo nella sua totalità”). El hombre no tiene un cuerpo o un espíritu, sino que su ser persona se configura como una unidad en movimiento en la historia y, por eso, nunca del todo acabada.

Para Landsberg este es el punto de inicio. Es decir, el hecho humano en su complejidad personal. El abordarlo sin temor a ningún tipo de inquisición es quizá el gran valor de todo el trabajo. Es decir, sin ningún tipo de complejo de apelar a lo trascendente y, al mismo tiempo, de asumir y discutir el valor ontológico de la historicidad humana. De hecho, realiza un recorrido por el tipo de autocomprensiones que se han dado a lo largo de la historia de la humanidad. Con ello, intenta reconocer que la antropología es y será un tipo de comprensión abierta mientras exista la humanidad y mientras cada hombre deba contrastarse con la muerte (en este texto adelanta algunas cuestiones que posteriormente quedarán inmortalizadas en su Ensayo sobre la experiencia de la muerte). Además, el autor alemán intentará plantear como asumir al hombre en su integridad puede poner en conjunto interpretaciones que en su punto de partida parecen discordantes y arrojan luces sobre lo humano según su propio método. Landsberg apunta cuatro: la mítica, la poética, la teológica y aquella de las ciencias naturales. El texto encuentra alguna flaqueza en este punto. Especialmente, en su desproporción. La atención a las ciencias naturales es exagerada, aunque está claro que es un fiel reflejo del contexto de la obra y del mismo intento de re fundar la discusión metodológica dando valor a la experiencia interior como principio de la ciencia antropológica. Esto será la última parte de la obra.  

Landsberg crítica la idea de que pueda pensarse el hombre dando saltos ontológicos entre especies. Por eso, a la antropología aristotélica le encuentra el defecto de entender lo propio del ser humano como un agregado, mientras ve en la creación de lo personal el principio del ser del hombre en su integridad en donde la libertad se convierte en indicador de su espacio ontológico y el camino indicado por ella en el proceso de realización de su esencia en tanto ser particular.

La cuestión lejos de ser un tecnicismo, es parte del mismo giro ya establecido. Visto el ser humano como persona entera, es decir, no como un ser separado, sino como histórico, concreto y en comunidad, en cierta medida, la antropología se hace portadora de una entera cosmovisión. La persona revierte la idea de que el hombre ocupa un espacio en el mundo, pues, en la Creación, son las personas las que dan sentido al cosmos. Aquí la reflexión, lejos de plantearse como un ingenuo idealismo, se propone una reconciliación aún más radical entre mundo y persona, pues, si es verdad que el ser humano está abierto intencionalmente al mundo, en cierta medida, el mundo interior del ser humano tiene un cosmos que es capaz de revelar el orden y la racionalidad de aquel exterior. El mundo crece en dimensiones mientras más se condensa y va en dirección de la interioridad. Así, Landsberg recoge las enseñanzas de San Agustín, Pascal e intenta solventar las problemáticas dispuestas por el caos interior de Nietzsche.

Landsberg promete una segunda parte de la obra dedicada a repensar la unidad del ser humano. Emmanuel Mounier lamenta que no se haya publicado, aunque manifiesta haber visto el manuscrito delante suyo. Esta falta en cierta medida da valor al resto de la obra fragmentaria de Paul Landsberg y, al mismo tiempo, convierte a la Introducción a la Antropología Filosófica en el testimonio vivo de un tipo de antropología que se hace personología y que plantea el desafío de renovar enteramente la cosmovisión contemporánea de la realidad.

Tenga en cuenta el lector que no es una obra de fácil lectura. La primera parte es, en mi opinión, la más interesante en tanto plantea el giro que pretende toda la obra. La evaluación de los diferentes tipos de antropología es un tanto más árido, aunque no carece de argumentos valiosos y propositivos. La última parte es el principio de un trabajo no realizado. Una puerta abierta que plantea un desafío que la obra de Landsberg perdida, como lo ha estado su filosofía en buena parte del siglo XX, debería poder colmar de la mano de sus estudiosos y de aquellos que honestamente profundizan en la comprensión de sí y en la filosofía de la persona.

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27 diciembre 2025, 17:10