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Lo que Nicea nos dejó y León XIV nos heredó

A conclusión del viaje del Papa a Türquiye, la tierra del Concilio de Nicea, el Papa propone tres retos que nacen de la reflexión y profundización a 1700 años del gran Concilio del Símbolo de nuestra fe, y vuelve a proponer a Cristo al hombre de hoy.

Arturo López - Ciudad del Vaticano

Hemos seguido en estos días un viaje histórico e importante por parte del Papa León XIV llevado a cabo del 27 de noviembre al 2 de diciembre pasado. Su primera etapa fue Türquiye, la tierra que testimonio y escenario del gran Concilio de Nicea. Es, por tanto, un viaje histórico no sólo por ser el primero del actual Papa, quien lo realiza a 1700 años de la celebración de este Concilio fundamental para la fe de los creyentes, sino también porque continúa la tradición marcada por cuatro predecesores suyos (Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y Francisco) que visitan esa tierra, como para afirmar, dar luz y relanzar el mensaje de unidad y dinamismo impreso ya desde el año 325 de nuestra era. Y es también importante, no sólo porque en el primer Concilio de Nicea se luchó contra las doctrinas de Arrio, sino porque León XIV vuelve a presentar su mensaje al hombre de hoy, que necesita redescubrir la figura de Cristo. El arrianismo, en efecto, dividía, confundía e imprimía un sentido erróneo a la raíz de la fe cristiana. El Concilio, pues, permitió a Constantino, quien lo convocó y presidió, establecer una paz religiosa y civil, pues la teoría de Arrio llevaba el germen de la división y el desorden social, y también establecer los pilares de la fe profesada por los files hasta el día de hoy.

Las doctrinas de Arrio y la lucha de San Atanasio

Arrio sostenía que el Hijo de Dios era un ser que participa de la naturaleza de Dios Padre, pero de manera inferior y derivada, y que, por lo tanto, hubo un tiempo en el que el Verbo aún no existía y que fue creado por Dios al principio de los tiempos. En resumen, Cristo al entrar en el tiempo, “deja de ser Dios-eterno”, porque Dios en su esencia, es eterno y todo lo eterno se contradice con lo caduco, es decir, con lo que está en el tiempo. Además, subordinaba (doctrina subordinacionista) el Hijo al Padre, no negando la Trinidad, sino la consubstancialidad. Dios no podía compartir la propia ousía, la propia sustancia-esencia-unidad. No nos olvidemos que en esta situación surgirá eminente la vida y los escritos de San Atanasio, Padre de la Iglesia de Oriente, quien dedicará en cuerpo y alma sus energías para combatir el arrianismo, tanto fue su empeño que sufrió también persecución. Exiliado 5 veces, pasará diecisiete años de su vida en el exilio. Estaba dispuesto a dar su vida por la verdad de la fe y la doctrina. De hecho, Osio de Córdoba, obispo, consejero y entre los primeros firmantes de los decretos conciliares de Nicea (a él se le atribuye la afirmación de la consubstancialidad, expresada en el Credo). Fue Osio precisamente, quien en una carta al emperador Constantino defendió la figura de Atanasio y la doctrina por que la cual luchaba: «He aquí mi parecer: De ninguna manera me uno a los Arrianos, es más, la considero un anatema. Y no escribo nada en contra de Atanasio, a quien nosotros junto con toda la Iglesia, es más todo el Sínodo[1] lo declaró inocente[2]».

De este Concilio viene a la luz el “símbolo”, una definición dogmática de la fe en Dios, donde a Cristo se le atribuye el homooùsios, (en la fórmula latina: consubtantialis Patri), “consubstancial al Padre”, y no “semejante”, como afirmaba Arrio.

Es esa la misma tierra que León XIV visitó. «No quiero olvidar» afirmó el Pontífice en Estambul ante la comunidad católica en la Catedral del Espíritu Santo, este pasado 27 de noviembre, «que en esta tierra se celebraron los primeros ocho concilios ecuménicos. Este año se cumple el 1700 aniversario del Primer Concilio de Nicea». Y consciente de esta importancia, conectándose con el pasado, este Sumo Pontífice lanza el reto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tomando pie de este Concilio de Nicea que unificó y sintetizó la fe de los creyentes durante siglos hasta nuestra época. Lanzó, pues tres retos:

Los tres retos que propone León XIV

«El primer reto trata de la importancia de acoger la esencia de la fe y del ser cristianos. En torno al Símbolo de la fe, la Iglesia de Nicea encontró la unidad». (Ibid)

«El segundo desafío», continuó el Sucesor de Pedro, «consiste en la urgencia de redescubrir en Cristo el rostro de Dios Padre. Nicea afirma la divinidad de Jesús y su igualdad con el Padre […] En Jesús, nosotros encontramos el verdadero rostro de Dios y su palabra acerca de la humanidad y de la historia». (Ibid).

Por último, añadió el Papa, «el tercer desafío, la mediación de la fe y el desarrollo de la doctrina. En un contexto cultural completo, el Símbolo de Nicea logró mediar la esencia de la fe a través de las categorías culturales y filosóficas de la época». (Ibid). Y a este punto, el Pontífice explicita otro desafío, que define «como un “regreso del arrianismo”, presente en la cultura actual y a veces hasta en los propios creyentes, cuando se ve a Jesús con admiración humana, incluso aún con espíritu religioso, pero sin considerarlo realmente como el Dios vivo y verdadero presente entre nosotros». (Ibid).

De modo que acoger la esencia de la fe, redescubriendo el rostro de Cristo, con la mediación de la fe y la doctrina, para adaptarla a nuestra época, constituye el núcleo de esta herencia que nos deja León XIV en este increíble primer viaje apostólico. Todo con el principal peligro, no ya del pelagianismo (todo se pude sólo con la fuerza del hombre sin Dios), o del gnosticismo (aceptación de una fe ciega sin mediación racional, ni teológica ni pastoral), sino de un neo-arrianismo, donde sí se acepta la presencia y visión de Cristo, de Dios, pero que «no corresponden a lo que Jesús nos ha revelado», invitándonos a «un constante discernimiento crítico sobre las formas de nuestra fe, de nuestra oración, de nuestra vida pastoral y, en general, de nuestra espiritualidad». (Ibid).

«Nicea nos recuerda», comenta el Papa «que Cristo Jesús no es un personaje del pasado, es el Hijo de Dios presente entre nosotros que guía la historia hacia el futuro que Dios nos ha prometido. (Ibid). Es, por decirlo así, la continuación de la promesa de Dios a los hombres de todos los tiempos: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”. Cristo, encarnándose, viene al mundo «El Credo niceno no nos habla, por tanto, de un Dios lejano, inalcanzable, inmóvil, que descansa en sí mismo, sino de un Dios que está cerca de nosotros, que nos acompaña en nuestro camino por las sendas del mundo y en los lugares más oscuros de la tierra» (Carta apostólica In unitate Dei, en el 1700 aniversario del Concilio de Nicea).

 

Notas

[1] Se refiere probablemente al Concilio de Elvia, en Hispania 306, dada su cercanía con la fecha del Concilio de Nicea. Y no será sino hasta el Concilio de Sárdica, 343-344, donde se confirmará la fe nicena, se adversará Arrio y se sostendrá oficialmente la posición sostenida por el obispo de Alejandría Atanasio.

[2] Ecce meam sententiam: Arianis minime adiungor, immo eam haeresim serio anathemate: nec contra Anastasium scribo quam nos et romana ecclesia, immo tota synodus insontem declaravit. (Cordubensis Episcopi Epistula ad Constantium Augustum. Apud Athanasium in hist. ad Monach. §XLIV. Op. Tom. I, pág. 370, edit. BB. París 1698).

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06 diciembre 2025, 17:53