Buscar

Exterior de la basílica de la Natividad en Belén (©Custodia di Terra Santa) Exterior de la basílica de la Natividad en Belén (©Custodia di Terra Santa)  (©Custodia di Terra Santa)

Fe e historia en el corazón de Belén

Un itinerario histórico-teológico tras las huellas de Jesús, partiendo de la basílica de la Natividad, lugar de culto pero también objeto en el pasado de divisiones y contiendas entre las distintas confesiones. Desde aquí, el 6 de enero de 1964, el apremiante llamamiento por la paz en el mundo pronunciado por el Papa san Pablo VI.

Fray Francesco Patton

Con la cercanía de la Navidad, las mentes y los corazones de los cristianos de todo el mundo se dirigen idealmente a Belén, ciudad que dista apenas unos pocos kilómetros de Jerusalén. Aunque las actuales barreras físicas y geopolíticas la estén aislando cada vez más y, en los últimos años, los visitantes se hayan reducido drásticamente a causa de la guerra, Belén sigue siendo uno de los destinos más importantes para los peregrinos, porque allí Lucas y Mateo sitúan el nacimiento de Jesucristo, en aquella pequeña “Belén de Efratá” (Mi 5,1) que había dado a luz al ilustre antepasado de Jesús, el rey David. Al intentar contar algo de la riqueza histórica, arqueológica y espiritual de esta ciudad y de su corazón, que es la basílica de la Natividad con la Gruta en la que María dio a luz a Jesús y el Pesebre en el que lo depositó después de envolverlo en pañales, soy deudor sobre todo del texto de los hermanos Heinrich Fürst y Gregor Geiger, Tierra Santa: Guía franciscana para peregrinos y viajeros (Terra Santa Edizioni, Milán, 2018), que es sin duda la guía más completa de los Lugares Santos.

“Belén”, el nombre de la ciudad, es rico en estratificaciones históricas y lingüísticas. En hebreo, Bet Lechem, se traduce tradicionalmente como “casa del pan”, pero podría derivar de una raíz más antigua, “casa de Lachamu”, antigua divinidad local. De hecho, la interpretación como “casa del pan” anuncia a Jesús como el Pan de Vida (cf. Jn 6,35.41.51). El nombre árabe de la ciudad, Beit Lahm, significa en cambio “casa de la carne”; también esta interpretación tiene una resonancia teológica profunda y significativa, dado que en Belén, para retomar las palabras de san Francisco, el Hijo de Dios «del seno de la Virgen María recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2Lfed 4: FF 181).

Identidad y comunidad de Belén

La población de Belén ha sufrido profundas transformaciones a lo largo de los siglos. Hasta 1947, la ciudad estaba habitada mayoritariamente por cristianos palestinos. Hoy, de unos 30.000 habitantes, los cristianos representan ya menos del 40%, debido al mayor incremento demográfico de la población musulmana, al flujo migratorio que ha afectado sobre todo a los cristianos y a la instalación en Belén de tres grandes campos de refugiados palestinos, cuyos residentes son musulmanes.

No obstante, la connotación cristiana de Belén sigue siendo evidente y se percibe a primera vista por los campanarios en el horizonte. Desde la “plaza del Pesebre” se pueden ver, entre otras, la iglesia siro-ortodoxa dedicada a la Madre de Dios, la protestante de la Natividad y la nueva iglesia de los melquitas (católicos de rito bizantino). En el centro y en el corazón de la ciudad, rodeada por los monasterios greco-ortodoxo y armenio y por el convento franciscano, se encuentra la basílica de la Natividad. El carácter cristiano de la ciudad es reconocido también a nivel político, hasta el punto de que por decreto del presidente palestino el alcalde de Belén debe ser cristiano. Como en toda Tierra Santa, la comunidad cristiana local es ecuménica: los católicos romanos (unas 5.000 personas) y los greco-ortodoxos constituyen las presencias más numerosas, junto con greco-católicos, armenios, siro-ortodoxos y siro-católicos, coptos y luteranos.

La economía local está tradicionalmente ligada al turismo religioso, actividad que en las últimas décadas (y particularmente en los últimos años) se ha visto en crisis por la inestabilidad política, la pandemia y las guerras. La mayoría de los cristianos trabajan en la acogida y guía de los peregrinos, así como en la producción y venta de recuerdos de madera de olivo y nácar, una artesanía introducida y fomentada por los franciscanos a partir del siglo XVI.

La gruta de la Natividad dentro de la basílica de Belén
La gruta de la Natividad dentro de la basílica de Belén   (©Custodia di Terra Santa)

El nacimiento y la gruta

El evangelista Lucas (2,1-7) narra de modo sobrio y al mismo tiempo poético el nacimiento de Jesús, vinculando la historicidad del acontecimiento a un decreto de empadronamiento por parte de César Augusto. En la perspectiva teológica de Lucas, José, como descendiente de la casa de David, se dirige a Belén para «hacerse inscribir». Mateo ve en el nacimiento de Jesús en Belén el cumplimiento de la antigua profecía mesiánica de Miqueas (Mi 5,1), y es gracias a esta profecía que los Magos podrán llegar a la casa donde se encuentran María, José y el niño Jesús (cf. Mt 2,1-11).

El lugar específico del nacimiento es identificado con una gruta por una tradición antiquísima. El primero en hablar de ello es el filósofo y mártir Justino (c. 100 d.C. – Roma entre 163 y 167 d.C.), quien, en el Diálogo con Trifón (78,5), escrito hacia el año 150 d.C., nos da esta información: «En Belén nació el niño. Como José no sabía dónde alojarse en aquella aldea, se refugió en una gruta cercana. Y mientras estaban allí, María dio a luz al Cristo y lo depositó en un pesebre». También un evangelio apócrifo de origen judeocristiano, el Protoevangelio de Santiago, escrito a mediados del siglo II, hablará de una gruta en las proximidades de Belén como lugar del nacimiento de Jesús: «Llegados a mitad del camino, María dijo a José: “Hazme bajar del asno, porque lo que hay en mí me apremia para salir a la luz”. Él la hizo bajar del asno y le dijo: “¿Dónde te llevaré para ocultar esta inconveniencia tuya? Aquí el lugar es desierto”. Pero encontró allí una gruta y la condujo dentro» (ProtEvS 17,3–18,1).

En tiempos del emperador Adriano (117–138 d.C.), de modo similar a lo ocurrido con el Santo Sepulcro en Jerusalén, también en Belén se intentó suprimir el culto de la comunidad cristiana local, superponiendo a la gruta un pequeño templo del dios griego Adonis con un bosquecillo sagrado anexo. Hacia el año 248 d.C., el gran teólogo Orígenes testimoniaba: «Ahora bien, en cuanto al hecho de que Jesús nació en Belén, si alguien desea aún otras pruebas, después de la profecía de Miqueas y del relato de los Evangelios hecho por los discípulos de Jesús, basta señalar que, de acuerdo con la narración evangélica, aún hoy se muestra en Belén la gruta donde nació Jesús y, en la gruta, el pesebre donde fue envuelto en pañales. Y esta cosa que se muestra es tan famosa en aquellos lugares que incluso los enemigos de la fe reconocen que precisamente en esa gruta nació aquel Jesús que es objeto de veneración y admiración por parte de los cristianos» (Contra Celso, I,51).

La historia de la basílica

Sobre la gruta de la Natividad se erigió la primera gran basílica de cinco naves con un coro octogonal. Excavaciones recientes sugieren que el edificio original era solo un poco más corto y tan ancho como el actual. Su estructura, quizá dañada por un incendio (probablemente durante la sublevación samaritana del año 529 d.C.), fue posteriormente reconstruida. La tradición, no plenamente respaldada por la arqueología, sostiene que el emperador Justiniano (siglo VI) destruyó la antigua iglesia para realizar una más grande y hermosa.

Un acontecimiento histórico crucial para su conservación tuvo lugar en el año 614, cuando los persas, al invadir Tierra Santa y derribar casi todas las iglesias, respetaron la basílica de la Natividad. La leyenda cuenta que esto ocurrió porque, en los mosaicos de la fachada, vieron representados a los Magos vestidos con ropas similares a las suyas. Este acontecimiento prodigioso y la posterior salvación, en 1009, de la furia destructora del califa egipcio Al-Hakim, consolidaron su fama de lugar protegido.

Cuando los cruzados tomaron el control de Belén en 1099, los primeros soberanos del reino latino de Jerusalén, Balduino I y Balduino II, eligieron Belén y no Jerusalén para su coronación (respectivamente en 1100 y 1118): «La explicación más plausible de esta elección es la que ofrece la leyenda de Heraclio: se habrían sentido incómodos al ceñir la corona real allí donde el Rey Mesías había ceñido una corona de espinas» (Fürst-Geiger, op. cit.). Los cruzados se limitaron a redecorar la estructura existente. En 1335, los franciscanos sustituyeron a los canónigos agustinos en el servicio a los peregrinos, estableciéndose de forma estable en 1347 y fortificando el convento.

En la Baja Edad Media, la basílica cayó en un estado lamentable, de semiabandono. En 1480, el dominico Félix Fabri la describió como «profanada, totalmente privada de lámparas; parecía un granero». Gracias al empeño de los franciscanos, se inició un gran esfuerzo de restauración con la contribución de la República de Venecia (para las vigas maestras), de Borgoña (para los transportes) y de Inglaterra (para el plomo de los revestimientos).

La copropiedad de los franciscanos duró hasta 1637, cuando comenzaron las disputas que llevaron, en 1757, al traspaso de la administración de la iglesia y de parte de la gruta a los ortodoxos griegos. Episodios posteriores de tensiones, discusiones y diversos interventos incluso diplomáticos, culminados en 1847 con la retirada de la estrella de plata de la gruta (luego repuesta), llevaron a las autoridades otomanas a promulgar, en 1852, el decreto llamado del “Status Quo”, que regula la situación aún vigente. Dicho decreto impone rigurosamente el respeto de los derechos y deberes de propiedad y uso de los espacios sagrados de las tres comunidades principales (greco-ortodoxos, católicos romanos/franciscanos y armenios apostólicos).

 El interior de la basílica de la Natividad con restos de mosaicos aún visibles (©Custodia de Tierra Santa)
El interior de la basílica de la Natividad con restos de mosaicos aún visibles (©Custodia de Tierra Santa)   (©Custodia di Terra Santa)

Arquitectura e iconografía

La basílica de la Natividad está rodeada por el monasterio de los griegos y de los armenios y por el convento de los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, con la iglesia anexa dedicada a Santa Catalina de Alejandría y el albergue para peregrinos (Casa Nova), dando al conjunto el aspecto de una fortaleza. El rasgo distintivo de su fachada es el portal de entrada más pequeño del mundo, de solo 130 cm de altura. Este acceso, originalmente un portal monumental de Justiniano, fue reducido primero por los cruzados y luego ulteriormente tapiado hacia el año 1500 para impedir que la iglesia fuera profanada utilizando el atrio como establo para caballos o camellos. Hoy es un poderoso símbolo teológico, llamado “la puerta de la humildad”: todos, sin distinción de rango, deben inclinarse para acceder al lugar en el que el Hijo de Dios se humilló y se hizo niño para nuestra salvación.

En el interior, la basílica impresiona por la amplitud y la armonía (26 x 54 metros) de sus cinco naves, formadas por cuatro filas de diez columnas monolíticas de piedra roja. Las paredes y el pavimento conservan huellas del esplendor primitivo, aunque el suelo ha sido elevado unos 80 cm.

Las columnas y los santos

A lo largo de las naves, 28 columnas de época cruzada (siglo XII) están decoradas con figuras pintadas de santos, acompañadas de inscripciones en griego y en latín. Esta iconografía es extraordinariamente ecléctica y refleja la amplia gama de devociones de la época. Encontramos una serie de santos occidentales: san Cataldo (obispo de Tarento), Leonardo de Limoges, los apóstoles Santiago y Bartolomé, el rey Olaf de Noruega y el rey Canuto de Dinamarca. Además, una serie de santos orientales y locales: san Jorge, los padres del monacato Eutimio, Antonio y Macario, san Sabas y san Teodosio.

Los mosaicos de los Concilios

Las paredes superiores de la nave central estaban completamente revestidas de mosaicos, de los que quedan porciones significativas. Estos mosaicos ilustraban la genealogía de Jesús (del Evangelio de Mateo) y, en una franja superior, los Concilios de la Iglesia antigua. A la derecha, los textos de los primeros siete Concilios ecuménicos (universales) —desde el I Concilio de Nicea (325 d.C.) hasta el II Concilio de Nicea (787 d.C.)— establecían los fundamentos de la doctrina cristiana. Lamentablemente, solo ha permanecido intacto el del I Concilio de Constantinopla (381 d.C.). A la izquierda, estaban representados seis sínodos locales (Gangra, Sárdica, Antioquía, Ancira).

Esta elección iconográfica no tenía solo un propósito ilustrativo, sino también doctrinal: la basílica pretendía no solo celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, sino también indicar la exacta doctrina cristológica, en un intento de recomponer idealmente el cisma entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente, proporcionando un fundamento común de fe. Por encima, siete ángeles en procesión celeste, obra del artista Basilio, se dirigían simbólicamente hacia la gruta. El séptimo reapareció en 2016, durante los trabajos de restauración a cargo de la empresa Piacenti.

La gruta, el presbiterio y el ecumenismo

El presbiterio elevado se encuentra en el cruce de las naves. Está separado del altar propiamente dicho por una espléndida iconostasis roja y dorada, realizada en 1764 y dorada en 1853, típica de las iglesias de rito greco-ortodoxo.

La gruta de la Natividad, accesible desde el transepto sur, es el corazón espiritual del conjunto. Aquí, según el “Status Quo”, las tres comunidades tienen jurisdicciones distintas: la gruta es propiedad de los griegos y de los franciscanos; el pesebre y el altar de los Magos pertenecen a los franciscanos; los armenios tienen derecho a la incensación y a colocar iconos con ocasión de su Navidad (19 de enero). A pesar de las complejas regulaciones del “Status Quo”, el clima ecuménico en Belén está en constante crecimiento. Prueba de ello es la oposición común a la instrumentalización política de la iglesia y, sobre todo, los trabajos de restauración. Desde la gruta de la Natividad se puede acceder también a las otras grutas, propiedad de la Custodia de Tierra Santa, y a la iglesia de Santa Catalina, también propiedad de los franciscanos.

 La gruta de la Natividad en el corazón de la basílica de Belén (©Custodia de Tierra Santa)
La gruta de la Natividad en el corazón de la basílica de Belén (©Custodia de Tierra Santa)   (©Custodia di Terra Santa)

En espera de los peregrinos

El verdadero desafío hoy no es simplemente el mantenimiento y la restauración de los espacios; el verdadero desafío es preservar la presencia cristiana en Belén, una presencia bimilenaria y ecuménica. Lamentablemente, la separación de Belén de Jerusalén, la construcción del muro, los controles que dificultan el acceso a los peregrinos pero sobre todo el paso a los habitantes, así como los asentamientos de colonos que han crecido exponencialmente en los últimos años alrededor de la ciudad, asfixian ya a la comunidad que la habita.

Después de dos Navidades pasadas sin peregrinos y sin solemnidades, con las luces apagadas y en un clima de guerra, todos en Belén esperan el regreso de los peregrinos para la Navidad ya próxima, para poder celebrar juntos, cristianos locales y cristianos de todo el mundo, el acontecimiento que cambió la historia: el nacimiento del Niño Jesús, el Hijo de Dios encarnado y nacido de la Virgen María.

Un apremiante llamamiento por la paz

Desde este lugar resultan también particularmente proféticas y actuales las palabras pronunciadas en Belén por el Papa san Pablo VI el 6 de enero de 1964:
«Al dejar Belén, este lugar de pureza y de tranquilidad donde nació, hace veinte siglos, aquel a quien oramos como Príncipe de la Paz, sentimos el deber imperativo de renovar a los jefes de Estado y a todos aquellos que tienen la responsabilidad de los pueblos nuestro apremiante llamamiento por la paz del mundo. Ojalá quienes detentan el poder escuchen este grito de nuestro corazón y continúen generosamente sus esfuerzos para asegurar a la humanidad la paz a la que aspira tan ardientemente. Que obtengan del Omnipotente y de lo más íntimo de su conciencia humana una inteligencia más clara, una voluntad más ardiente y un renovado espíritu de concordia y de generosidad, para conjurar a toda costa en el mundo las angustias y los horrores de una nueva guerra mundial, cuyas consecuencias serían incalculables. Que puedan colaborar aún más eficazmente para instaurar la paz en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor fraterno».

Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí

21 diciembre 2025, 09:00